Los desahucios vuelven a los titulares

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En Navidades me pasaron dos cosas bonitas en lo literario: la revista Papenfuss recogió mi relato de Navidad “La trenza de la panadera” y desde Ordicia la asociación Kimetz, que es una asociación de mujeres fuertes e inspiradoras, me hizo llegar un ejemplar de su revista Santa Ana, donde publicaron el relato “La tinta”. Lo acabo de publicar en la web, así que lo podéis leer aquí.

Llevaba tiempo sin leer ese relato. Siento cierto pudor al leer textos que he escrito hace tiempo. Es como despertar a los fantasmas y una no siempre tiene ganas de darles los buenos días. Además, lo primero que busco son los fallos. Y los encuentro. Pero la revista andaba por casa, en Navidad, con la casa llena de gente, quien más, quien menos la toquetea y, de repente, cayó en las manos de mi madre, que leyó el relato, lo terminó, se quedó pensando un buen rato y me dijo: “Elena, ¿qué has querido decir?”.

A cualquier escritora de corto recorrido, como yo, esa pregunta le pone los pelos de punta. Bueno, habrá escritoras con una memoria excelente. No es mi caso. Aunque puedo decir en mi defensa que suelo tener buenos reflejos sociales. Si no recuerdo nada sobre lo que me están preguntando, puedo componer una frase bonita en poco tiempo. Sería algo así como lo siguiente: “¿Elena, te acuerdas del japonés de Alicante donde servían carne de ballena?”. “Creo que sí. Tú ibas superelegante esa noche”. Así que, si me preguntáis dónde se me ocurrió la idea de tal o cual relato, preparaos para recibir cualquier tipo de respuesta, incluyendo una inventada.

Pero, claro, si la pregunta procede de una madre, queda un poco feo mentir. Lo triste de esta anécdota es que yo no quería pensar en lo que escribí porque, en principio, lo consideraba algo pasado de moda, viejo, quizás demasiado pomposo, quizás demasiado crudo, propio de una escritora que ya no soy o que quiero pensar que no soy. Estoy empeñada en pensar en que mi forma de escribir está cambiando un montón. Sin embargo, lo volví a leer y enseguida brotaron los recuerdos.

“La tinta” surgió de una historia real, una que leí en los periódicos y que me tocó particularmente. Una mujer de 65 años se suicidó en el barrio de Chamberí porque la iban a desahuciar. Sin embargo, cuando empecé a escribir el relato, no quería contar esa historia. Ni tan siquiera quería meterme en la piel de esa mujer. Tampoco quería detenerme en los detalles del piso. ¿Cómo sería? ¿Cuánto tiempo llevaría la mujer viviendo allí? ¿Cómo lo habría amueblado? ¿De qué color tendría las paredes? Hay algo infantil en el cariño que sentimos por algunos detalles de la casa: esa raya en el espejo, ese principio de humedad, ese gotelé que siempre estorba… ¡Pero cuesta tanto quitarlo! En fin, ¿por qué contar esa historia? Para la crónica ya están los periódicos.

Los años pasan y los desahucios siguen siendo noticia a pesar de moratorias, de leyes de vivienda y de bonos sociales. Y los demás seguimos comprando casas, aceptando alquileres con condiciones abusivas y deseando heredar algo en propiedad porque se ha convertido en la única forma de dejar de vivir con lo justo. El relato cuenta la historia de un hombre que firma los documentos jurídicos que permiten el desalojo, no para criticar la función judicial, sino para poner el acento en todos los silencios que son necesarios para que estas situaciones perduren.

Eso le dije a mi madre. Esa era la historia que quería contar.

Crédito de foto: Clark Young para Unsplash.