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Quiero contar qué es «Al trote» y por qué he creado esta sección en la web. Quizás no hacía falta, pero a mí me vienen bien estas cosas: contarme por qué lo hago. Y luego ya seguir adelante o cambiar. Esa es una de las razones por las que siempre he escrito. Poner mis pensamientos blanco sobre negro me ayuda a aclarar la mente.

Pero, cuando uno se pone a contar historias, hay algo más. No se trata de un fin terapéutico. Se trata de la voluntad de contar algo, de agarrar al lector por el cuello sin que él pueda dejar que lo sueltes hasta llegar al mismísimo final. Historias… ¿de qué? ¿Sobre quiénes? ¿Por qué? Y todo ello lleva a la pregunta más trascendente, la que más miedo da. ¿Para qué?

La historia es el aliento del escritor: un vaho triste que a veces no llega a ser ni agua ni vida. En esta época de glorificación del éxito qué difícil es aceptar el fracaso. Pero así es. Antes de aporrear las teclas, no sé cómo va a terminar esa aventura. No me refiero a si el personaje muere. Me refiero a esa víctima voluntaria: el lector. ¿Le gustará? ¿Acabaré por decirle algo? 

Escribir es un descubrimiento. Es investigación. Lo decía Simone de Beauvoir. Dice también de la literatura que es “la única forma de comunicación capaz de entregar lo incomunicable, capaz de proporcionar el gusto de otra vida”. En un mundo lleno de añagazas no se me ocurre mejor forma de coleccionar momentos felices que tener la capacidad de elegir en qué vida quiero pasar el día, la noche o solo un rato.

Cuando estoy de bajón, pienso en Beauvoir. Cuando estoy de ego subido, en María Zambrano. «Lo que se publica es para algo, para que alguien, uno o muchos, al saberlo, vivan sabiéndolo, para que vivan de otro modo después de haberlo sabido; para librar a alguien de la cárcel de la mentira, o de las nieblas del tedio, que es la mentira vital».

Pero me diréis: si ya estás publicando tus relatos; entonces, ¿por qué «Al trote»? Porque la escritura no es para mí tan meticulosa. Porque hay historias que no caben en un libro o que son tan inmediatas que no pueden esperar a que se ponga en marcha la solemnidad de la imprenta. Y porque a veces no apetece contar historias, sino que una tiene el gusto de hacer crónica (o intentarlo) y tener la sensación de que está mirando durante unos segundos a la realidad a los ojos, sin filtros.

Quiero ser honesta. Estoy también creando «Al trote» —espero ser capaz de enfrentar el reto de enviar un correo al mes— porque quiero mantener un diálogo con los lectores de mis relatos y de mis libros. Ay, que de momento sólo tengo uno y no está publicado todavía. Bueno, disculpadme. Pero es que confío en que llegarán más. En un tiempo donde la relevancia es un súbdito de la presencia online no podía permitirme el lujo de no construir una voz propia y poner las vías para que llegue a vuestros buzones.

En los textos de «Al trote» me reservo todos los derechos. Unas veces escribiré una historia, canónica si se quiere llamar así, con tres actos, con un protagonista y sus personajes secundarios, contado por un narrador que conmueva. Otras veces mandaré una opinión disfrazada con datos (¿quién dice que los escritores seamos gente de letras?), porque ya sabemos lo que el texto es a la verdad: una sábana sin fantasma dentro. Otras veces haré una reseña de los libros que leo y que me han gustado. Es decir, haré lo que quiera. Eso suena violento. Digamos que haré lo que me inspire. Cada mes enviaré un mensaje de quinientas a mil palabras en una botella electrónica que llegará, si queréis, hasta vuestros buzones. ¿Día y hora? El café del viernes. Y ya está.

¡Suscribíos, malditos!

 

Crédito de foto: Richard Austin, para Unsplash.